Sepultureros del Cementerio Universal: los guardianes de los muertos
Conviven con la muerte a diario, aseguran que los hechos paranormales son “puro cuento” y están convencidos de que hay que tenerle más miedo a los vivos que a los muertos.
Apretando entre sus gruesas manos un palaustre de hierro carcomido, José Ramos Vargas, un sepulturero que trabaja en el Cementerio Universal, revuelve de adentro hacia afuera una mezcla homogénea de color gris para guardar la tumba de su próximo servicio.
“Cuando yo estoy sepultando no siento nada, la verdad es que yo tengo 21 años de estar aquí trabajando y es costumbre hacerlo. Cuando murió mi mamá si me dolió, por eso dejo que los familiares del difunto se desahoguen, porque ellos están con su dolor, y sé qué se siente perder un familiar”, asegura Ramos, de 52 años.
Para ‘el Gamín’, como lo llaman sus compañeros, el cementerio es un camposanto exclusivo para los difuntos, que merece respeto por parte de quienes lo visitan. Es el sepulturero más veterano con el que cuenta el cementerio Universal, que está ubicado al suroccidente de la capital del Atlántico. Ha enterrado alrededor de 5.ooo personas, unas tres cada semana.
Vargas está convencido de que la muerte no tiene estratos, está acostumbrado a tratar con personas de todo tipo. “Un día entraron seis servicios para exhumación, entre ellos uno del barrio La Chinita. De pronto los amigos del difunto sueltan seis disparos y mi compañero, que también es sepulturero, me dice que termine rápido porque ya se metió el otro servicio. Pero la gente no me dejaba ir”.
“Es normal morir porque a todos nos llega el día, pero yo no me puedo morir porque necesito sepultar 1.000 más”, dice en forma jocosa José. Antes de realizar su trabajo actual se dedicaba a hacer figuras en concreto para las tumbas del cementerio. Decidió quedarse a trabajar como sepulturero porque también sabe de albañilería.
El entierro que ha marcado la vida de este Barranquillero de piel trigueña, quemada por el sol, cejas pobladas y un tono de voz agudo, ha sido el de la celebridad del Carnaval de Barranquilla Emil Alfonso Calderón Castellano, más conocido como ‘María Moñitos’. Recuerda el multitudinario sepelio como si hubiese sido ayer y afirma haber sepultado también al padre de este personaje.
Un guardián de los muertos
“Hay señoras que llegan aquí con dos muñequitos para hacerle daño a la gente, uno en representación de la mujer y otro del hombre. Llevan pegados el nombre de la persona a la que quieren afectar con alfileres atravesados en la cabeza y en el pecho”, cuando ve a estas personas en actitudes extrañas José interviene y les impide realizar estas acciones.
Se esconde arriba de las bóvedas como un guardián de los muertos. Ha sorprendido a varios sujetos cavando la tierra donde está la bóveda, los atrapa en el acto y los lleva a las oficinas del cementerio para que tomen las medidas necesarias, ya que él no podría hacer nada porque solo las ha visto enterrando objetos extraños, aunque cree que puede tratarse de brujería.
Para José Ramos, así como existe el bien también está el mal, hay personas inescrupulosas que se meten a los cementerios para hacer este tipo de actividades. Se ha encontrado con pantaletas, papelitos escritos con nombres de personas, fotos de hombres con alfileres atravesados en la cabeza y berenjenas dentro de las bóvedas vacías.
Pero él, como buen cristiano y de acuerdo a sus creencias, les saca con la mano izquierda los alfileres a las fotos y muñecos. Todo tipo de objetos que encontraba los botaba a la basura y algunos los quemaba, para desatar a esas personas a las que se les quería hacer el daño y liberarlas.
“Una vez encontré una gallina muerta, dentro de ella tenía un papelito con el nombre de la persona a la que querían hacerle el mal, junto con 9 monedas de 100 pesos. Yo quemé eso, porque no me gustaría ver una persona sufriendo a causa de la maldad de otra”, narra el experimentado sepulturero.
“Los actos paranormales, son puro cuento”
Entre las anécdotas que ha vivido, José Ramos resalta uno de los principales misterios del Cementerio Universal, el del niño “Luchito”: un personaje milagroso que ofrece sanidad a las personas que llegan a pedirle favores a su tumba.
“Luchito” fue un joven con síndrome de Down que murió a los 20 años, era pequeño, medía tan solo 80 centímetros de estatura. Los 9 de febrero, día en que nació, llegan personas a festejarle el cumpleaños como si estuviera vivo.
Orlando Rodríguez, sin embargo, no piensa igual. Es uno de los sepultureros del cementerio, a sus 45 años de edad suma más de 15 años en el oficio y ha sido partícipe de más de 1.000 entierros. “Los actos paranormales en los cementerios, son puro cuento”, declara Orlando.
Cree que este imaginario se ha creado debido a que desde siempre los cementerios se han caracterizado por ser lugares fríos, oscuros y silenciosos que inspiran tristeza, dolor y miedo.
“Caminar a altas horas de la noche despierta cierto temor de que cualquier cosa aparezca en el momento menos esperado. Pero no, nunca he tenido un encuentro cercano con algún alma en pena, solo veo las sombras de los gatos y siento el sonido del viento”, comenta Orlando con su voz llena de tranquilidad.
Durante sus noches de vigilia, ha evitado que se lleven a cabo rituales paranormales. “Años atrás por las paredes del Universal ingresaban personas que venían a realizar actos satánicos, ritos que se utilizan para hacer que las almas regresen a la tierra, pero nos pudimos dar cuenta a tiempo y fueron detenidas”, asegura Orlando.
Sobre los miedos de su profesión, el sepulturero tiene una cosa clara. “Hay que tenerle miedo es al vivo, porque es el que destruye, no al muerto”. Para Orlando, en los cementerios solo se respira paz.
Compañeros del dolor y la muerte
Algo que es seguro para Orlando y José es que a pesar de que la actividad paranormal no sea un tema en el Universal sigue siendo un recordatorio de la muerte y su misterio en la memoria colectiva, porque nadie sabe que le espera después de ella.
Ser sepulturero no es un oficio para todos, porque lo más importante es soportar el dolor ajeno. Muchas personas les tironean las ropas, los rasguñan o les gritan que no bajen a la fosa o introduzcan en los panteones a sus seres queridos. Nadie les dijo cómo sobrellevar esa carga emotiva porque no tienen ninguna preparación psicológica oficial.
“Nosotros los sepultureros acompañamos en el dolor, algunos han soltado un par de lágrimas con las dolientes porque ese espacio hay que brindárselos, también tenemos familia, hemos estado ahí”, expresa José Ramos cuando se le pregunta por su labor cuando están a punto de sepultar a una persona.
Historias como estas siguen dando de qué hablar, hay muertos que todavía permanecen en la memoria colectiva, aunque estén en el más allá. Hay más de un ‘Luchito’ en el cementerio. “Uno al enterrar no siente nada porque se naturaliza la muerte, así como cuando nace un niño, nos volvemos inmunes ante tanto sufrimiento”, argumenta Orlando, para él estar en un “camposanto” le ha traído más orgullo que otro sentimiento porque su oficio no es para todo el mundo.
Es difícil recordar cuantos turnos nocturnos han cubierto a través de los años a pesar que su rutina inicia desde las siete de la mañana. De hecho, uno de los servicios más difíciles que tuvo José fue darle entierro a su madre 11 años atrás. “Fue difícil, pero te vas haciendo a la idea porque ¿para qué vivimos sino es para morirnos?”, comenta de manera nostálgica.
*Reportaje escrito por Laura Luna, Dalmanerea Higgins y Valentina Palacio, estudiantes de la Universidad Autónoma del Caribe.